La noche del 20 de marzo
La historia que se va a contar sucedió la noche del 20 de marzo, al día siguiente de la Cremà de las Fallas 2019. Ni rastro había ya de las cenizas de los ninots; sin embargo, la ‘carpa’ se mantenía ahí, en la calle Jerómina Galés. Seguían de cuerpo presente las lonas y hierros a pesar del esfuerzo y empeño de los falleros de la Comisión para respetar la convivencia y cumplir con la tradición y obligación de no dejar rastro alguno de lo vivido durante la semana fallera.
Así, apenas acabada la última cena, la del adiós de la Fallera Mayor, e incluso antes de que se quemara el monumento de Luis Espinosa (del 14º ‘premio’ concedido hablaremos otro día), se empezó a recoger todo cuanto había en el interior de la carpa (mesas, sillas, altavoces, neveras, barras, decoración…) y también en el exterior, ello a pesar de la intensa lluvia que caía esa noche (vallas, escenario, señales, sacos de arena, restos de petardos, contenedores…).
Pese a tal esfuerzo humano, cuyo fin es permitir que el barrio vuelva a su rutina tras la Cremà, la carpa seguía ahí. Y no por culpa ni dejadez de los falleros, como cuenta de ello dan las llamadas perdidas en el móvil del encargado de la empresa contratada para el montaje y desmontaje de la carpa. Pero por las causas que fueran, que no vienen ahora al caso, la empresa, que es propietaria y responsable de la carpa, no estaba cumpliendo con lo pactado.
Fue entonces cuando, a las 22:07 del miércoles 20 de marzo, el presidente envió un mensaje al grupo de whapsap de su Junta Directiva: “Buenas noches, llevando todo el día intentando hablar con el de la Carpa… no nos asegura ahora que vayan a venir y si no está desmontada a las 7:00 horas nos quitan el permiso del año que viene. Todo el que pueda que baje y la desmontamos nosotros, luego ya tomaremos las medidas pertinentes, pero lo primero es desmontar. Es una llamada urgente”.
Las respuestas fueron inmediatas: “Ok”, “En 30 minutos estoy en Valencia”, “Antonio ya baja, que no tiene el móvil”, “Me cambio y bajo”, “En cuanto acabe de currar, voy para allá” (…) Y así, cuántos pudieron, acudieron a la llamada del presidente sin pestañear. Así, gracias a todos ellos, a las dos de la madrugada, pese al cansancio acumulado de días anteriores, la carpa desapareció de la calle.
Tal historia no es una crítica a la empresa responsable de la carpa; tampoco a los estrictos requisitos de los permisos que se conceden. Esta historia, además de ser un ejemplo de espíritu fallero en mayúsculas, va sobre derechos y obligaciones.
Los falleros de Jerónima Galés disfrutaron -como todo aquel que quiso acercarse a su demarcación desde el 15 hasta el 19 de marzo- de sus fallas de Primera A y Tercera Infantil, así como de sus mascletás; se deleitaron con un arroz para 1000 personas, un concurso de paellas con 60 parcelas y de un mediodía de montaditos para 500 comensales; además de tres noches de verbenas con las mejores orquestas de Valencia: La Tribu, Montecarlo y Euforia. En verdad, más allá de las cenas, la única noche en la que la fiesta fue en la carpa fue durante la Plantà… y sus puertas estuvieron abiertas de par en par para cualquiera que quisiera entrar.
Y esos mismos falleros, gente que disfrutó de las Fallas porque tienen derecho a ello, cumplieron a rajatabla con sus obligaciones, como es cumplir con el derecho de los vecinos (que lo son ellos también) de seguir con su rutina y hábitos diarios a partir del 20 marzo. Morajela: diversión, convivencia y respeto, tres máximas de la Asociación Cultural Falla Jerónima Galés-Litógrafo Pascual y Abad.